Piensa en una canción de AC/DC. Fácil, ¿verdad? Ahora haz el mismo ejercicio con Amaral. Un cuadro de Goya. Uno de Velázquez. Uno de de Picasso. Un edifico de Gaudí. Una fotografía de Alex Webb, de Martin Parr o de cualquier otro referente de la fotografía de calle que admires. Seguramente tú, y yo, y cualquier persona que lea estas líneas, coincidamos en las mismas piezas, en las mismas imágenes que se nos vienen a la mente. ¿Por qué? Porque la memoria no guarda todo. Filtra. Selecciona. Destila. Y lo hace con una precisión que ni siquiera los algoritmos de las redes sociales pueden imitar.
Sin embargo, en el presente vivimos bajo una avalancha interminable de imágenes. Las redes se han convertido en una autopista saturada de fotografías que se suben sin filtro, sin pausa, sin respiro. Parece que, para ser reconocidos, para ser visibles, hay que estar siempre presentes, siempre publicando, siempre mostrando lo último que hicimos ayer, hoy o hace un minuto. Esta dinámica genera un estrés injustificado en muchos fotógrafos: la sensación de que, si no estás subiendo imágenes cada día, dejas de existir.
Pero lo cierto es que no necesitamos cientos ni miles de fotos para trascender. Basta con unas pocas. Basta con que alguien, en algún momento, pueda recordar tres o cuatro imágenes tuyas a lo largo de tu vida. Tres o cuatro. Igual que recordamos siempre las mismas canciones de un grupo que nos marcó, o los dos cuadros más célebres de un pintor universal, o las dos fotografías icónicas de un gran maestro. La posteridad se construye con destellos, no con acumulación.
La fotografía callejera, más que ningún otro género, necesita tiempo, paciencia y distancia. La prisa por subir, por mostrar, por compartir, muchas veces mata la esencia de lo que realmente queremos contar. Si de cada mil disparos solo dos o tres llegan a ser memorables, ¿no es acaso eso un triunfo? ¿No es suficiente que una persona pueda cerrar los ojos y acordarse de tu foto de aquel hombre cruzando la calle bajo la lluvia, o de esa mujer mirando desde el balcón con la luz perfecta?
Fotografiar no debería ser una carrera contra el reloj ni una maratón de likes. Debería ser un acto de contemplación, de espera, de azar controlado. La presión de la inmediatez nos roba la calma que necesitamos para mirar de verdad.
Así que la próxima vez que sientas la urgencia de publicar todo lo que disparas, recuerda: no se trata de llenar los muros, se trata de dejar huella. Y esa huella, como una canción que nunca se olvida, como un cuadro eterno, como una foto inmortal, siempre cabrá en la memoria en un número muy pequeño.
Por eso, afloja, respira, y dispara solo cuando de verdad lo sientas. Tu legado no será la cantidad, sino la intensidad de esas pocas imágenes que la gente no podrá borrar de su mente.






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