Me regalaron por Reyes un viaje a Oporto de tres días, y he vuelto fascinado por esta bella ciudad. Oporto es la ciudad de las cuestas, de las fachadas alicatados con azulejos de colores que le confieren un cromatismo encantador, de la desembocadura del río Duero (o Douro, como lo llaman ellos), del grandioso Ponte Luis I (obra de Théophile Seyrig, aunque todo el mundo piense que fue del maestro Eiffel), que conecta la ciudad con Vila Nova de Gaia, en la otra rivera del Duero. Oporto es la ciudad de las grandes bodegas de los vinos que llevan su nombre. Y para mí, la ciudad donde tienen su estudio los que considero los dos mejores arquitectos portugueses, los maestros Alvaro Siza Vieira y Eduardo Soto de Moura, éste último nacido aquí.
Oporto, la segunda ciudad más importante de Portugal tras Lisboa, está situada en el noroeste del país, y por lo tanto, junto a las costas bañadas por el océano Atlántico. Y sin embargo, es una ciudad con una luz muy nuestra, muy mediterránea. Si no fuese porque la arquitectura delataba que no estaba en el típico pueblo de casas blancas encaladas y cubiertas planas, hubiera dicho por su luz que estaba en cualquiera de nuestras ciudades bañadas por esa luz mediterránea que conocemos tan bien.

Oporto es una ciudad bellísima, fuente de inspiración permanente para artistas. Tuve la fortuna de pasar tres días cálidos y soleados, a pesar de ser enero, y los disfruté al máximo. Debo decir que las márgenes del río Duero son una pura delicia. Tomarse una cerveza en cualquiera de las terrazas con vistas al río es un descanso más que gratificante. Oporto es una ciudad perfectamente abarcable a pie, o en metro, para alguien acostumbrado a las dimensiones de Madrid. Tres días estuve, y tres días que no paré más que en los momentos de comida y reposo nocturno.
¿Y su gente? Pues como la nuestra. Portugueses y españoles compartimos raíces, y por lo tanto, aspectos físicos, costumbres, caracteres, etc. Todo el mundo hablaba castellano, por lo que no tuve ningún problema de comunicación. La gentes es muy amable y, salvo que me encontraba en un escenario nuevo para mí, me sentí como en casa.

Debo confesar que para alguien como yo, amante de fotografiar personas, rostros, gestos, arrugas, etc, me sentí a mis anchas paseando por sus calles y fotografiando lo que para mí eran personajes interesantes, reconocibles, en un escenario de gran belleza por la policromía de las fachadas y la luz tan nuestra.
Para aquellos que vayáis por primera vez a Oporto, un único consejo: id en buena condición física. Las cuestas son una constante en la ciudad, y son muy pronunciadas. Desde el segundo día, y durante casi una semana, tuve un fuerte dolor en los gemelos debido al esfuerzo que supone subir y bajar cuestas pronunciadas constantemente. Yo creo que fueron agujetas. Puede ser que se debiera a la edad, que no perdona, pero yo prefiero pensar que fue debido al poco entrenamiento en mis piernas, no por hacer kilómetros, que los hago, sino por subir y bajar como si estuviera en una montaña rusa. En cualquier caso, sarna con gusto no pica.

Por finalizar, y como siempre es de agradecer que te indiquen lugares donde comer cuando visitas una ciudad por primera vez, he aquí algunos en los que comí yo. No soy de restaurantes lujosos ni turísticos, prefiero los sitios con mantel de papel, comida casera, y precios asequibles:
- Café Santiago, especializado en sus famosas francesinhas, exquisitas, aunque son una bomba para el cuerpo.
- Hamburguesería DeGema, especializado en deliciosas hamburguesas artesanales.
- Restaurante Casa Viuva, riquísima comida casera en mesa con mantel de papel.
- Restaurante Pedro Dos Frangos, para comer un pollo rico.
- Cafeitaria do Bolhao, encantador local que donde por unos 3€ dos personas pueden tomar un café acompañados de riquísima bollería hecha por ellos.
Deja una respuesta